28 de diciembre, 2009
Como si quisiera alejarse del
bullicio de la ciudad, Lao tsé está sentado plácidamente al pie de la montaña
Qing Quan. Ni el intenso frío de la ciudad de Quanzhou, ni el ruido que hicimos
con nuestra visita perturbaron su mirada pensativa que apunta hacia el cielo,
como esperando encontrar una respuesta.
Foto: Gabriela Becerra |
¿Quién fue Lao tsé? Estoy
segura que el nombre les suena familiar, pues en la escuela nos hablaron de él
como uno de los grandes pensadores de la cultura china. El anciano maestro,
como también le llamaban, es considerado el padre del taoísmo, y a él se le
atribuye la obra Tao Te Ching.
El taoísmo surgió durante el
siglo VI antes de Cristo y fue una de las filosofías más importantes de la antigua China,
que tenía como principal objetivo alcanzar la inmortalidad, en el sentido de la
autosuperación del propio ser. Hoy en día, esa finalidad es entendida como el
deseo de tener una vida longeva y plena.
En este sentido, en la ciudad
de Quanzhou se dice que si tocas la nariz de la estatua de Lao Tsé vivirás 120
años, pero si alcanzas los ojos llegarás a los 160 años. Como no me interesa
vivir tantos años, ni siquiera intenté la escalada.
Foto: Ana Wei |
Por cierto, uno de los
detalles que más llamaron mi atención de la figura de piedra de Lao tsé fue que
sus orejas parecen signos de interrogación. Más tarde me explicaron que es
porque el viejo maestro siempre tenía la disposición de escuchar todas las
preguntas de sus discípulos.
Después de tomarnos algunas
fotos con la figura de uno de los personajes más emblemáticos de la civilización
china, abandonamos el lugar para ir a almorzar.
Zhu Qing, director general de
la Oficina de Información de la provincia de Fujian, nos esperaba con un
banquete.
En China los grandes
restaurantes disponen de varias habitaciones para brindarles a sus
comensales un espacio más privado, así que los anfitriones nos dieron la
bienvenida en una bastante amplía.
Foto: Gabriela Becerra |
Sobre la mesa había
tallarines, verduras, camarones, ostiones y rollitos de carne de res, todos
crudos. Llamó mi atención que cada uno disponía de una pequeña estufa con un
recipiente, era la primera vez que veía algo parecido.
Mientras Zhu Qing agradecía la
visita de Radio Internacional de China a la ciudad de Quanzhou, observé que mis
camarones estaban brincando, retorciéndose, seguían vivos a pesar de que
estaban atravesados por un palo.
Foto: Gabriela Becerra |
Y como reza el dicho: “A donde fueres haz lo que vieres”, observé como los funcionarios encendieron
su pequeña estufa y vaciaron sus brochetas de camarón cuando el agua comenzó a
hervir, los imité.
Sin embargo, mi compañera de
Indonesia se paró de la silla de un salto al ver que los crustáceos estaban moviéndose, y le faltó
el coraje para sumergirlos en agua caliente y comérselos.
Debo aceptar que para mí
tampoco fue fácil ver cómo los pobres moluscos luchaban por su vida mientras
estaban ensartados, y luego verlos morir al calor del fuego.
En China se acostumbra comer
mariscos lo más fresco posible, para que no pierdan sus propiedades o hagan
daño. En muchos mercados hay grandes peceras donde se exhiben vivos pescados,
jaibas, langostas, caracoles y demás fauna marina, para que el cliente elija el
que más le guste. Frente a sus ojos los matan y preparan para llevarlos a casa.
Algunos restaurantes hacen lo mismo, el comensal sólo elige cuál quiere que le
cocinen.
En los nueve días que llevo de
viaje disfruté una de las comidas más agradables y amenas, debido a que los
anfitriones nos recibieron de una manera cálida y cordial. He observado que la
gente del sur de China es muy alegre. Así que en esta ocasión tampoco podían
faltar los brindis y una canción para amenizar, esta vez la
interpretó Zhu Qing.
En el almuerzo también
ofrecieron caracoles en su concha, con salsa de mariscos; una rebana de camote
con un filete de pescado encima; almejas en su concha, y bolitas de carne y
arroz.
Realmente me sentí como en
casa gracias a la hospitalidad de la gente de Fujian. Antes de abandonar el
lugar, hicimos una última ronda de brindis para despedirnos, porque aún
teníamos otros lugares por descubrir.
Con funcionarios de la provincia de Fujian y la delegación de Radio Internacional de China. |
Pagodas, las huellas del budismo
Entre cientos de edificios de
la ciudad de Quanzhou sobresalen dos estructuras que rompen con la arquitectura
moderna: las pagodas del monasterio de Kaiyuan.
Foto: Ana Wei |
Aunque parece que están
extraviadas entre tantas construcciones vanguardistas, las pagodas funcionan
como faros para orientar a los barcos, y también como cementerio donde reposan
los restos de los monjes budistas más destacados.
Las pagodas fueron construidas
con bloques de granito y, aunque parecen gemelas, no lo son. La del este,
llamada Zhen Guota, fue edificada entre 1238 y 1250 y tiene una altura de 48
metros. Mientras que la del oeste, de nombre Shouta, se levantó entre 1228 y 1237,
con 45 metros de altura.
Durante el siglo IX, las
pagodas eran de madera, material esencial en la arquitectura tradicional china
y también presente en algunas mezquitas y templos budistas. Posteriormente, se sustituyó
la madera por el ladrillo, pero al ser destruidas fueron reconstruidas con
piedra. Sólo así pudieron resistir huracanes y terremotos.
Estas joyas arquitectónicas
están decoradas con relieves de 60 figuras budistas, mientras que en su base se
representan escenas religiosas, flores y animales.
Foto: Gabriela Becerra |
El templo budista es muy
grande, y aunque nos faltó tiempo para conocerlo era momento de irnos, nos
aguardaba un espectáculo teatral.
La función se realizó
exclusivamente para Radio Internacional de China, así que elegimos los mejores
asientos del auditorio. Los primeros en salir a escena fueron los títeres típicos
de la región, que provocaron risas y aplausos. Le siguió un grupo musical que ejecutó
instrumentos tradicionales como el erhu,
la flauta, el ruan y el sanxian, creando una cálida atmósfera de
sonidos suaves y pausados.
Foto: Gabriela Becerra |
Foto: Gabriela Becerra |
Uno de los mejores números fue
el de las marionetas. Fu Duan Tong nos compartió que desde hace 30 años se
dedica a hacer estos muñecos, los viste, calza, peina y da vida a cada parte de
su cuerpo, a través de la coordinación de 51 cuerdas.
Fu Duan Tong dando vida a sus creaciones. Foto: Gabriela Becerra |
Foto: Gabriela Becerra |
Cada día que pasaba, China me
mostraba parte de su riqueza arquitectónica, cultural, histórica y gastronómica.
Y con la dulce sensación de que aún me quedaban decenas de lugares por conocer y sabores que disfrutar concluí otro día de
viaje.